El Dadaismo: Primera parte

Tengo en el despacho colgada una postal del orinal de Duchamp. Me la compré hace dos veranos en la Tate Modern de Londres.

Siempre que miro la imagen me doy cuenta de todo lo que representa.

Cuando Marcel Duchamp expuso este famoso orinal en una sala de arte allá por el 1915 algo importante se rompía en la historia del arte.

Duchamp no pretendía a mi entender como muchos piensan en mostrar la belleza del orinal, sino en negar la sacralidad del arte.
Lo que se quebró en 1915 es la posibilidad de discendir entre el arte y el no arte. A partir de entonces, el arte quedará reducido al subjetivismo extremo, se habrá convertido en mercancía, en inversión cotizable. Con esto no quiero decir que Duchamp no sea un artista. Sin duda es un artita tan inteligente y sensible como un Rembrandt, o que los dadaístas no tengan razón. Lo que más me gusta de ellos es su idea de belleza:

"Todo sistema converge hacia una aburrida perfección, estancada idea de una ciénaga dorada, relativo producto humano. La obra de arte no debe ser la belleza en sí misma porque la belleza ha muerto; ni alegre; ni alegre ni triste, ni clara ni oscura, no debe divertir ni maltratar a las personas individuales sirviéndoles pastiches de santas aureolas o los sudores de una carrera en arco a través de las atmósferas. Una obra de arte nunca es bella por decreto, objetivamente y para todos. Por ello, la crítica es inútil, no existe más que subjetivamente, sin el mínimo carácter de genera­lidad".

Enlaces:

Manifiesto Dadaista

Marcel Duchamp